Samuel Gómez Luna Cortés
Pocos, pero eso sí, memorables casos en la historia literaria han dejado tan honda huella en sus lectores como aquellos personajes que siguen poblando nuestra realidad. Algunos de ellos, pienso en mi Señor, Don Quijote, son constantemente citados con frases que nunca pronunciaron, pero que nosotros de tanto escucharlas les otorgamos crédito y legitimidad. Esto, aunque pareciera un absurdo no es otra cosa más que el reflejo de un ser, pensante, consciente y quizá errante en los infinitos mundos que la lectura nos ofrece.
Estos seres de palabras han mutado su naturaleza de tinta en nervios andantes. Caso similar se me ocurre al mismo Sherlock Holmes, el cual es fácilmente localizable en Baker Street 221-B, en un Londres de misterio y de neblina. Sabemos de su amistad con el Dr. Watson, ese fiel evangelista; conocemos a detalle sus manías, pasiones y divertimentos. Y, sin embargo, aunque usted lea la obra completa (uno de los pocos placeres que nos quedan) se dará cuenta que a lo largo de sus hazañas jamás se pronuncia la frase por excelencia “elemental mi querido Watson”. ¿Qué motivos encierra el que se repita y eso mismo, le de “legitimidad” a una frase que nunca se ha encontrado? Creo, y esto lo lanzo como el náufrago que lanza la botella al océano con la finalidad de ser encontrado: porque estos personajes son patrimonio del mundo.
Sabemos que, a lo largo de la historia, los eruditos y expertos que han citado, estudiado, comparado y replanteado esos libros que hemos llamado clásicos (y no precisamente por la antigüedad) sino porque siguen diciéndonos algo a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Estos libros o historias, mejor dicho, forman parte de nuestra tradición cultural, aunque, créalo o no, no hayan sido leídos por toda la cantidad de “devotos” que aseguran tener. Evidentemente nos encontramos ante un caso en que la imaginación, colectiva y no por ello menos acertada, ha decidido perpetuar frases con la esperanza de que sean dignas de encontrarse como parte medular del pensamiento de estos grandes personajes literarios. Como si las frases tuvieran la redondez necesaria para formar parte del discurso y luego entonces devolverle al autor unas cuantas monedas de ese otro caudal casi infinito que nos legó a lo largo de su obra. Esta reflexión que en ratos bordea las lindes del ensayo, -ese magnífico centauro de los géneros- me fue otorgada (miente el que no crea que todo son dones) mientras recordaba esa otra trama que empezó en Oriente y que sigue dándonos infinitas noches más una; como si lo absoluto no fuera suficiente: Las mil y una noches. Dicen los enterados en dichos menesteres que, para la tradición oriental, los números pares tienden a ser “números non gratos” si me permite la expresión. Pero del mismo modo cuando uno escucha o lee la palabra “mil” nos da la sensación de infinito. Entonces ocurre la magia: Las mil y una noches es recibir, con orgullo y sin titubear, el infinito en la palma de la mano, pero con la gracia de obtener una noche extra, por si acaso nos hiciera falta. Lo interesante, y para mí la llave que abre el secreto de ese cuento que narra un cuento dentro de un cuento… es que todos somos hasta cierto punto guardianes de ese milagro; y podemos agregar una noche más para garantizarle la vida a Sherezada.
Si somos capaces de agregar una noche más al infinito y de dotar de frases a personajes que admiramos y que podemos sentirlos cercanos, como amigos verdaderos y no entelequias. Podemos entonces contribuir a que este mundo tenga sus momentos de belleza. En fin, todo este soliloquio, querido y único lector, me sucedió mientras espero en el café que mi abuelo también me legó como sitio de solaz esparcimiento; donde es deber dedicarles tiempo a las musas mientras se bebe un buen café y mientras divago recuerdo a mi querido amigo Guillermo García Oropeza, cuando pontificó:
“A los cafés asisten todos los que son inteligentes y algunos que pretenden serlo”[1] … sea por Dios.
Bibliografía
García, Oropeza. Medias Verdades. Guadalajara: Hexágono, 1987.
[1] Guillermo García Oropeza. Medias Verdades. Guadalajara: Hexágono, 1987.
0 comentarios